La Corte del Inglés ha seleccionado para esta ocasión al maestro Richard Wagner.
La Corte del Inglés rescata en este artículo unos extractos de un libro que ha estado retirado del mercado durante muchos años.
Comencemos:
¿Quién podía permanecer fiel al Emperador de una dinastía que,en el pasado y en el presente, sacrificó siempre los intereses del pueblo germánico en aras de mezquinos beneficios personales?
¿Acaso no sabíamos que el Estado austro-húngaro no tenía ni podía tener afecto por nosotros los alemanes?.
La experiencia diaria confirmaba la realidad histórica de la actividad de los Habsburgo. En el Norte y en el Sur la mancha de las razas extrañas se extendía amenazando nuestra nacionalidad, y hasta la misma Viena empezó a convertirse en un centro anti-alemán.
En brazos de la «Diosa Miseria» y amenazado más de una vez de verme obligado a claudicar,creció mi voluntad para resistir, hasta que triunfó. Debo a aquellos tiempos mi dura resistencia de hoy y la inflexibilidad de mi carácter. Pero más que todo, doy todavía mayor valor al hecho de que aquellos años me sacaran de la vacuidad de una vida cómoda para arrojarme al mundo de la miseria y de la pobreza, donde debí conocer a aquellos por quienes lucharía después.
Leía mucho y concienzudamente en todas mis horas de descanso. Así pude en pocos años cimentar los fundamentos de una preparación intelectual de la cual hoy mismo me sirvo. Pero hay algo más que todo eso:En aquellos tiempos me formé un concepto del mundo, concepto que constituyó la base granítica de mi proceder de esa época.
Al constreñirme a volver a ese mundo de pobreza y de incertidumbre que mi padre abandonara en el curso de su vida, me libré de una educación limitada, propia de la pequeña burguesía. Empezaba a conocer a los hombres, y aprendí a distinguir los valores aparentes y, en caracteres exteriores brutales, su verdadera mentalidad y la esencia íntima de las cosas.
Al finalizar el siglo XIX, Viena se contaba ya entre las ciudades de condiciones sociales más desfavorables.
Riqueza fastuosa y repugnante miseria caracterizaban el conjunto de la vida en Viena. En los barrios centrales se sentía manifiestamente el pulsar de un pueblo de 52 millones de habitantes con toda la dudosa fascinación de un Estado de nacionalidades diversas. La vida de la Corte, con su boato deslumbrante, obraba como un imán sobre la riqueza y la clase intelectual del resto del Imperio. A tal estado de cosas se sumaba la fuerte centralización de la Monarquía de los Habsburgos, y en ello radicaba la única posibilidad de mantener compacta esa promiscuidad de pueblos, resultando por consiguiente una concentración extraordinaria de autoridades y oficinas públicas en la capital y sede del Gobierno.
En ninguna ciudad alemana podía estudiarse mejor que en Viena el problema social. Pero no hay que confundir. Ese «estudio» no se deja hacer desde «arriba», porque aquel que no haya estado al alcance de la terrible serpiente de la miseria jamás llegará a conocer sus fauces ponzoñosas.
Vídeo seleccionado por La Corte del Inglés:
No sé qué sea más funesto: si la actitud de no querer ver la miseria, como lo hace la mayoría de los favorecidos por la suerte, o encumbrados por su propio esfuerzo, o la de aquellos no menos arrogantes y a menudo faltos de tacto, pero dispuestos siempre a dignarse aparentar, como ciertas señoras «a la moda», que comprenden la miseria del pueblo. Esas gentes hacen siempre más daño del que puede concebir su comprensión desarraigada.
Más crecía mi aversión por las ciudades multitudinarias que apiñaban a los trabajadores, para después despreciarlos tan cruelmente. Ciudades habitadas por hombres llenos de codicia.
El hambre destruye todos los proyectos de los trabajadores en el sentido de un mejor y más razonable modus vivendi.
Parece que el organismo humano se acostumbra paulatinamente a vivir en la abundancia en los buenos tiempos y a sufrir de hambre en los malos.
El problema de la «nacionalización» de un pueblo consiste, en primer término, en crear sanas condiciones sociales como base de la educación individual; porque sólo aquel que haya aprendido en el hogar y en la escuela a apreciar la grandeza cultural y, ante todo, la grandeza política de su propia Patria, podrá sentir y sentirá el íntimo orgullo de ser súbdito de esa Nación. Sólo se puede luchar por aquello que se ama.
La lectura no debe entenderse como un fin en sí misma, sino como medio para alcanzar un objetivo.
Con inquietante desánimo veía,en aquellos días críticos y atormentados, a la masa, que ya no pertenecía a su pueblo, volverse un ejército enemigo y amenazador.
La psiquis de las multitudes no es sensible a lo débil ni a lo mediocre.De la misma forma que las mujeres, cuya emotividad obedece menos a razones de orden abstracto que al ansia instintiva e indefinible hacia una fuerza que las reintegre, y de ahí que prefieran someterse al fuerte antes que seguir al débil, igualmente la masa se inclina más fácilmente hacia el que domina que hacia el que implora, y se siente interiormente más satisfecha con una doctrina intransigente que no admita dudas, que con el goce de una libertad que generalmente de poco le sirve. La masa no sabe qué hacer con la libertad, sintiéndose abandonada.
Mientras entre los patrones existan individuos de escasa comprensión social o que incluso carezcan de sentimiento de justicia y equidad, no solamente es un derecho, sino un deber, el que sus trabajadores, representando una parte importante de nuestro pueblo,velen por los intereses del conjunto frente a la codicia o el capricho de unos pocos, pues el mantenimiento de la confianza en la masa del pueblo es para el bienestar de la Nación tan importante como la conservación de su salud.
Ya a principios del presente siglo, el Movimiento Sindicalista había dejado de servir a su ideal primitivo.
Lo que frecuentemente me chocaba era la forma servil con que la prensa adulaba a la Corte.
Un jefe que se vea obligado a abandonar la plataforma de su ideología general por haberse dado cuenta que ésta era falsa, obrará honradamente sólo cuando, reconociendo lo erróneo de su criterio, se halle dispuesto a asumir todas las consecuencias.
El parlamentarismo democrático de hoy no tiende a constituir una asamblea de sabios, sino a reclutar más bien una multitud de nulidades intelectuales, tanto más fáciles de manejar cuanto mayor sea la limitación mental de cada uno de ellos. Sólo así puede hacerse política partidista en el sentido malo de la expresión, y sólo así también consiguen los verdaderos agitadores permanecer cautelosamente en la retaguardia, sin que jamás pueda exigirse de ellos una responsabilidad personal. Ninguna medida, por perniciosa que fuese para el país, pesará entonces sobre la conducta de un bribón conocido por todos, sino sobre la de toda una fracción parlamentaria.
Fuente: Mi Lucha.
Autor:Adolf Hitler.
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